En los primeros días de la Atlántida, María, la encarnación del rayo de la Madre [Mother Ray, Ma Ray – María], sirvió en el Templo de la Verdad donde, como sacerdotisa de Dios el Altísimo, tendía los fuegos color esmeralda del quinto rayo. Sirviendo bajo los Maestros de la Verdad, María, junto con otras vírgenes del templo, estudió las artes curativas y se sometió a las disciplinas requeridas a toda alma que desee magnificar la Conciencia del Señor.
Al trabajar con las leyes que gobiernan el flujo de la energía divina de los planos del Espíritu a los planos de la Materia, aprendió que la enfermedad, la decadencia y la muerte son producidas por una obstrucción del flujo de la Luz en algún punto de los cuatro cuerpos inferiores del hombre y que este taponamiento de la energía es el resultado del uso indebido que el hombre hace del Fuego Sagrado y de su correspondiente karma.
María aprendió que la cura para la enfermedad es la armonización del flujo a través de los centros de Luz en los cuerpos inferiores, mientras que la reversión de los procesos de muerte y decadencia tiene lugar con el inicio de espirales de la llama de la resurrección dentro del cáliz del corazón. Sus mentores le mostraron cómo, una vez iniciadas, estas espirales se expanden hasta abarcar enteramente el ser y la conciencia, hasta el momento en que el hombre se convierte en una pulsante esfera de fuego blanco, en el vencedor del infierno y la muerte, en el Incorruptible.
Así, mucho tiempo ha, en el Templo de la Verdad, donde la religión y la ciencia se mantenían como pilares de Alfa y Omega, María experimentó con las leyes del flujo que también gobiernan la ciencia de la precipitación. ¿Sabía ella entonces que en otra vida sería elegida para llevar en el vientre al Hijo de Dios, quien demostraría estas leyes al transformar el agua en vino, curar la mano seca, multiplicar los panes y los peces, y muchos otros supuestos milagros con los que él presentaría al mundo la suprema metodología de la Ciencia Sagrada?
En todas sus encarnaciones María trabajó muy de cerca con su llama gemela, el arcángel Rafael. Él se quedó en el cielo (el plano del Espíritu), para focalizar las energías de Alfa mientras que ella hizo su morada en la Tierra (el plano de la Materia), para focalizar las energías de Omega. Así, juntos cumplieron la ley de su identidad divina, la Esfera de su Ser, demostrando que, “como es arriba, así abajo”, Dios es omnipotente, omnisciente y omnipresente.
En cada oportunidad de vida María fue desarrollando una mayor concentración en la Imagen Sacrosanta del Padre, que se le apareció como la Presencia YO SOY. Su consagración al concepto inmaculado del Hijo se hizo más intensa con el paso de los días, al tiempo que perfeccionaba sus cuatro cuerpos inferiores como vehículos para la expresión del Espíritu Santo en su alma. Su rostro brillaba con su Luz interna y sus vestidos flotaban al ritmo de la Llama. Era su magnificación de la Luz crística y de la Llama de la Madre lo que realmente sostenía el foco de curación en el Templo de la Verdad, y gracias a sus devociones diarias las emanaciones de esta Llama se extendieron por toda la Atlántida. Una con la Virgen Cósmica, María fue virgen del templo durante toda su encarnación y dejó un foco y una llama que volverán a elevarse en la Nueva Atlántida para consagrar los fundamentos de la maestría de la curación en el corazón de aquellos que, bajo la égida de la Ley, serían los verdaderos sanadores de la raza.
En los días del profeta Samuel, María fue llamada por el Señor para ser la esposa de Isaí y la madre de sus ocho hijos. Y aconteció que el Señor le dijo a Samuel: “¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después de que yo le he rechazado para que no reine sobre Israel?, llena tu cuerno de aceite y vete, voy a enviarte a Isaí, de Belén, porque me he provisto entre sus hijos de un rey para Mí.” [1 Samuel 16:1]
Cuando Samuel hubo visto a siete de sus hijos y no encontró al ungido del Señor, el profeta preguntó a Isaí: “¿Son estos todos tus hijos?” Y el padre dijo: “Queda aún el menor, que apacienta las ovejas.” Y Samuel le dijo a Isaí: “Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí.” Y así fueron a buscar al octavo hijo y lo trajeron ante el hombre de Dios. Y está escrito en el Antiguo Testamento que era “rubio, de bellos ojos y hermosa presencia”. Y el Señor habló a Samuel y le dijo: “Levántate y úngele, porque éste es.” Está escrito que “Samuel tomó el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos, y a partir de entonces, vino sobre David el Espíritu del Señor”. [1 Samuel 16:11-13]
Siempre cumpliendo con su papel de Rayo de la Madre, María, en esa encarnación de su alma en la Tierra, engrandeció la Luz de los siete rayos del Cristo en los siete primeros hijos de Isaí. Pero en el más joven, David, ella glorificó no solamente todo el abanico de virtudes del prisma del Señor, sino también la majestad y la maestría del octavo rayo, el cual David ejemplificó en su reinado y ensalzó en sus salmos.
La reencarnación de David como Jesús fue profetizada por uno de los más grandes profetas de Israel, que escribió: “Y saldrá una vara [un cetro de autoridad] del tronco de Isaí [del Hijo, o de la Llama Crística de Isaí] y una Rama [la Conciencia Crística de David] crecerá de sus raíces [evolucionará por su comunión con el Señor], y el Espíritu del Señor reposará sobre él, el espíritu de sabiduría y conocimiento, el espíritu de fortaleza y consejo, el espíritu de ciencia y de temor del Señor.” [Isaías 11:1-2]
El propio David sabía que nacería de nuevo para llevar a cabo una gran obra para el Señor. Por eso exclamó: “Mi corazón está alegre y mi gloria se regocija, mi carne también reposará en la esperanza. Porque Tú no abandonarás mi alma en el infierno, ni dejarás que Tu Santo vea la corrupción. Tú me mostrarás el Sendero de la Vida, en Tu Presencia está la plenitud de la alegría.” [Salmo 16:9-11] David suspiraba por el día en que vería a Dios cara a cara, en que demostraría Sus leyes y sería hecho a Su imagen. No se conformaría con menos. Por eso declaró: “En cuanto a mí, contemplaré Tu rostro en justicia: estaré satisfecho cuando despierte a Tu imagen y semejanza.” [Salmo 17:15]
El Libro de los Salmos es el tributo de David a su Hacedor. Muestra el amor, la sabiduría y el poder de un alma decidida a convertirse en el Cristo. Muestra cómo la fe, la esperanza y la caridad, como semillas de Luz implantadas dentro del cuerpo, la mente y el alma, empujan a la totalidad del ser a dedicar todas sus energías a la diaria labor de ser aceptable a Dios. El clamor de David, el rey-pastor, fue respondido en la vida del carpintero de Nazaret: “Que las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón sean gratas a Tu presencia, oh Señor, mi fortaleza y mi redentor.” [Salmo 19:14]
De esta manera, en los Salmos los israelitas tienen acceso a las enseñanzas de uno que ha alcanzado la maestría del Cristo, mientras que los gentiles también reflexionan sobre las meditaciones del Salvador, en el esfuerzo de todos por alcanzar la misma meta establecida por aquel que es conocido como el rey de Israel y de la Nueva Jerusalén. Y así, no es sorprendente que hoy día, en el Cenáculo que da a la ciudad de Jerusalén, los cristianos recen en el Salón Superior, en el sitio donde Jesús y los discípulos celebraron la Última Cena, donde Cristo se apareció después de su resurrección y donde tuvo lugar el descenso del Espíritu Santo. Y en el nivel inferior de la misma casa existe un templo donde los judíos adoran ante la Tumba de David. “Escucha, oh Israel: el Señor nuestro Dios es un solo Señor.” [Deuteronomio 6:4] Para los que ofrecen alabanzas a su nombre no es sorprendente que María sea la Madre de ambas dispensaciones, la judía y la cristiana.
En su reencarnación final, “la Bendita y Siempre Gloriosa Virgen María, proveniente de la estirpe y familia real de David, nació en la ciudad de Nazaret y fue educada en Jerusalén, en el templo del Señor. Su padre se llamaba Joaquín y su madre Ana. La familia de su padre era de Galilea y de la ciudad de Nazaret. La familia de su madre era de Belén. Llevaban una vida sencilla y justa a la vista del Señor, piadosa y sin falta ante los hombres”. [The Gospel of the Birth of Mary, I:1-3, Lost Books of the Bible, Cleveland & Nueva York, World Publishing Co., 1926] Esto dice el Evangelio del Nacimiento de María, atribuido a san Mateo, una obra aceptada como auténtica por los primeros cristianos e incluida en la biblioteca de Jerónimo.
Ana y Joaquín eran iniciados de la Hermandad y seguían muchas de las enseñanzas de la comunidad de los esenios. Entre otras disciplinas espirituales, seguían un régimen dietético estricto y practicaban ciertos rituales en el templo, correspondientes a las enseñanzas místicas del Cristo dadas en los retiros de los maestros. Para ellos la oración y el ayuno eran una forma de vida.
El abuelo y la abuela de nuestro Señor eran humildes y piadosos ante Dios. Vivían en obediencia al código de conducta enseñado en los retiros de la Jerarquía y diseñado por Jesús, para cubrir las necesidades de los discípulos de cualquier época que deseen aprender la ley de la conservación de las energías crísticas para la gloria de la Ley: “Que sea vuestro hablar, sí, sí; no, no, porque todo lo demás procede del mal.” [Mateo 5:37]
Jesús nos ha explicado que, cuando el discípulo está en el Sendero de Retorno al Hogar, a toda hora y en todo momento le salen al encuentro los ciclos de los usos y malos usos de la energía que haya hecho en el pasado. Si los efectos de causas puestas en acción son buenos, entonces tiene que reafirmar esa bondad y expandirla para Dios y el hombre; pero si los efectos de pasadas acciones son dañinos, o en desarmonía con la ley cósmica, entonces tiene que apresurarse a negar y denunciar estas espirales de energía y despojarlas de toda influencia negativa mediante los fuegos transmutadores del Espíritu Santo.
Juan el Amado comentó sobre esta enseñanza en un dictado y dijo que Jesús había aconsejado a los discípulos que hicieran esto, cuando eran novicios bajo su dirección. Juan explicó que Jesús les enseñó a decir “¡Sí!” a la Luz, afirmando todo lo bueno, y “¡No!” a la oscuridad, negando todo lo malo, y después “¡Paz, aquiétate!” [“Peace, be still!“] “Porque entonces –dijo– toda la energía fluye de Dios al hombre, del hombre hacia Dios, y comenzáis vuestra ascensión en ese mismo momento.” [Juan el Amado, 19 de abril de 1973, “The Body of God upon Earth”, en The Seven Chohans on the Path of the Ascension; The Opening of the Retreats of the Great White Brotherhood, Pearls of Wisdom 1973, vol. 16, núm. 25, p.108]
Ana y Joaquín siguieron fielmente esta enseñanza de la Hermandad mientras se preparaban para ser los vehículos para la Conciencia Virginal de María. Durante veinte años vivieron “castamente, en el favor de Dios y en la estima de los hombres, sin haber tenido hijos. Pero habían prometido que si Dios los favorecía con un hijo lo consagrarían al servicio del Señor; por este motivo acudían al templo del Señor en ocasión de todas las fiestas del año.” [Birth of Mary, op. cit., I:5-6] Con esta promesa en el corazón y este propósito en la mente, diligentemente utilizaban la ciencia de la palabra hablada, ofreciendo plegarias e invocaciones a los Elohim, los arcángeles y a la magistral Presencia de la Vida revelada a Moisés como YO SOY el que YO SOY. [Éxodo 3:14]
María nació de Ana y Joaquín porque ellos dieron su vida para el cumplimiento del plan de Dios. Fueron elegidos para servir porque ellos eligieron servir, y tal fue su compromiso que se extendió a lo largo de los siglos de su existencia anterior tanto en la Tierra como en el cielo. Por eso, en concordancia con el protocolo celestial, el ángel del Señor se les apareció para anunciarles el nacimiento de la Virgen y les dijo que su hija siendo virgen daría a luz al Hijo de Dios, quien demostraría ante las multitudes de Judea las leyes de la Alquimia Divina y la aptitud del hombre o la mujer crísticos para adquirir el dominio sobre el pecado, la enfermedad y la muerte.
En su discurso sobre el nacimiento de la Virgen María, san Juan Damasceno ofrece este justo tributo a los que focalizaron las espirales de Alfa y Omega, el Dios Padre-Madre, en favor del alma de María:
“¡Oh, bendita pareja, Joaquín y Ana! Con vosotros está endeudada toda criatura. Porque a través de vosotros toda criatura le ha ofrecido al Creador esta ofrenda, la más noble de las ofrendas, a saber, esa casta madre, la única digna del Creador. Regocíjate, Joaquín, pues de tu hija ha nacido un hijo para nosotros; y Su nombre es el Ángel de gran consejo, es decir, de la Salvación de todo el mundo…
”¡Oh, bendita pareja, Joaquín y Ana!. Y ciertamente se sabe que sois puros por el fruto de vuestro cuerpo, tal como Cristo dijo en una ocasión: Por sus frutos los conoceréis. Organizasteis vuestra vida de acuerdo con la regla, lo que fue del agrado de Dios y digno de la que salió de vosotros. Por el casto y santo ejercicio de vuestra función, disteis a luz el tesoro de virginidad.” [San Juan Damasceno, citado en Heavenly friends (Boston, The Daughters of Saint Paul, 1958), pp. 312-313]
En el Evangelio de Mateo sobre el Nacimiento de la Virgen leemos que Isacar, el sumo sacerdote del templo de Jerusalén, reprochó a Joaquín, en la fiesta de la dedicación, que “sus ofrendas nunca serían aceptables a Dios, que lo había juzgado indigno de tener hijos, ya que la Escritura decía: maldito es todo aquel que no engendra un varón en Israel. Decía también que primero tenía que liberarse de esa maldición engendrando algún hijo y después venir con sus ofrendas ante la presencia de Dios”. Abatido por las duras palabras del sumo sacerdote que de esta manera había condenado públicamente a Joaquín, y “sintiéndose muy confundido por la vergüenza de semejante reproche, [Joaquín] se retiró con los pastores que estaban en sus pastos con el ganado”. [Birth of Mary, op. cit., I:9-10, 11]
El relato de Mateo sobre la visita del ángel a Joaquín y Ana es digno de atención por la autenticidad de las enseñanzas de la Hermandad que contiene. También nos da otra vívida escena de la libre asociación de hombres y mujeres devotos con los ángeles del Señor. “Pero cuando ya llevaba ahí algún tiempo –escribe el apóstol–, cierto día, estando solo, el ángel del Señor se presentó ante él bañado en prodigiosa luz. Aturdido por la aparición, el ángel que se le apareció trató de tranquilizarlo y le dijo: ‘No temas, Joaquín, no te inquietes por mi presencia, porque soy un ángel del Señor enviado por Él a ti para informarte que tus plegarias son escuchadas y tus ofrendas han ascendido a la presencia de Dios. Pues Él ha visto tu vergüenza y oído cómo fuiste amonestado injustamente por no tener hijos; porque Dios es el vengador del pecado y no de la naturaleza; y por tanto, cuando Él cierra el vientre de cualquier persona lo hace por esta razón: para poder Él abrirlo otra vez de forma más maravillosa y que lo que nazca no parezca ser el producto de la lascivia, sino el don de Dios.'” [Ibid., II:1-5]
“…’Por lo tanto, Ana tu esposa te dará una hija, y la llamarás María; en concordancia con tu promesa, será consagrada al Señor desde su infancia y será colmada del Espíritu Santo desde el vientre de su madre; no comerá ni beberá nada que sea impuro, ni su conversación será con la gente común, sino en el templo del Señor, para que no sea presa de difamación o sospecha de algo malo. Así, en el curso de sus años, de la misma forma en que nacerá milagrosamente de alguien que era estéril, así también ella, aún siendo virgen, en un hecho sin precedentes, dará a luz al Hijo del Altísimo Dios, que será llamado Jesús y, de acuerdo con el significado de su nombre, será el Salvador de todas las naciones.’ [Ibid., II:9-12]
“Después de esto, el ángel se le apareció a Ana, su esposa, y le dijo: ‘No temas, ni pienses que lo que ves es un espíritu. Porque soy ese ángel que ha elevado tus plegarias y ofrendas ante Dios y ahora soy enviado a ti para informarte que te nacerá una hija que será llamada María y será bendita entre todas las mujeres. Inmediatamente después de su nacimiento, será colmada de la gracia del Señor y vivirá durante sus tres primeros años en la casa de su padre, y después, estando consagrada al servicio del Señor, no saldrá del templo hasta que no llegue a la pubertad.
”En una palabra, servirá ahí al Señor noche y día, ayunando y orando, se abstendrá de toda cosa impura y nunca conocerá a varón; pero, siendo impoluta e inmaculada en un ejemplo sin paralelo y una virgen que no ha conocido varón, dará a luz un hijo, y una doncella parirá al Señor, quien, por Su gracia y nombre y obras, será el Salvador del mundo… Así pues, Ana concibió y parió una hija, y, siguiendo el mandato del ángel, los padres la llamaron María.” [Ibid., III:1-5, 11]
El relato de la infancia de María es una muestra de la ternura de Dios al envolver a la Reina de los Ángeles encarnada. La que habría de convertirse en la novia del Espíritu Santo fue presentada en el templo a los tres años. Se dice que sus padres la colocaron sobre el primero de los quince escalones que simbolizaban las iniciaciones de los salmos de grados (Salmos 120 a 134). La niña ascendió por los peldaños, uno tras otro, “sin que nadie le ayudara ni la cargara”, demostrando que había pasado estas iniciaciones en vidas anteriores y estaba espiritualmente preparada para cumplir su misión. “Así –comenta Mateo–, el Señor obró, en la infancia de Su Virgen, esta extraordinaria obra y evidencia, por medio de este milagro, de cuán grande ella iba a ser en lo sucesivo.” [Ibid., IV] Por lo tanto, María se quedó con las otras vírgenes en los aposentos del templo para ser educada ahí; y sus padres, habiendo ofrecido su sacrificio siguiendo la costumbre de la ley y habiendo consumado su promesa, regresaron a casa.
Para quienes conocen la belleza del alma de María, el relato de Mateo de su diaria comunión con la Jerarquía celestial es de gran valor. “La Virgen del Señor, al avanzar en años, aumentó también en perfección; y según comenta el salmista, su padre y su madre renunciaron a ella pero el Señor la cuidó. Porque cada día los ángeles conversaban con ella y cada día recibía visitantes enviados por Dios que la preservaban de todo mal y la colmaban de toda cosa buena; y así, cuando pasado el tiempo cumplió los catorce años, tal como el maligno no pudo mostrar nada en su contra que fuera reprobable, de la misma manera todas las buenas personas que la conocían admiraban su vida y su conversación.” [Ibid., V:1-3]
Según Mateo, cuando María tenía catorce años el sumo sacerdote publicó un bando por el cual todas las vírgenes del templo, “como ya habían llegado a la madurez apropiada, debían, de acuerdo con la costumbre de su país, procurar casarse. A este mandato, al que todas las otras vírgenes prestaron obediencia de buena gana, María, la Virgen del Señor, fue la única que respondió que ella no podía obedecerlo. Dando las siguientes razones: que tanto sus padres como ella la habían dedicado al servicio del Señor y además ella había hecho voto de virginidad al Señor, voto que ella estaba decidida a no romper nunca”. [Ibid., V:4-6]
El sumo sacerdote, perplejo, ordenó “que en la próxima fiesta todos los principales tanto de Jerusalén como de los lugares cercanos se reunieran para que él pudiera escuchar su consejo para proceder de la mejor manera en un caso tan difícil. Cuando consecuentemente se reunieron, acordaron por unanimidad buscar al Señor y pedir Su consejo en este asunto. Y cuando estaban todos en oración, el sumo sacerdote, siguiendo la costumbre, fue a consultar a Dios.
“E inmediatamente salió una voz del arca y del propiciatorio que todos los presentes oyeron, y dijo que había que averiguar y buscar en una profecía de Isaías a quién debería ser dada y prometida la Virgen; porque Isaías dijo que una vara saldrá del tronco de Isaí, y una flor brotará de su raíz, y el Espíritu del Señor se posará sobre él, el Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia, el Espíritu de Consejo y de Fortaleza, el Espíritu de Conocimiento y de Piedad y el Espíritu del temor del Señor le llenarán.
“Entonces, según esta profecía, [el sumo sacerdote] decretó que todos los hombres de la casa y familia de David que fueran casaderos y no estuvieran casados debían traer sus varas al altar, y la persona de cuya vara después de traída brotara una flor y sobre el que el Espíritu del Señor se posara con aspecto de paloma, sería el hombre al que la Virgen le sería dada y con el que se desposaría.” [Ibid., V:10-17]
Pero, nos dice Mateo, siendo avanzado en años, José “retiró su vara cuando todos los demás presentaron la suya. Así que cuando nada le pareció agradable a la voz celestial, el sumo sacerdote juzgó apropiado consultar otra vez a Dios, quien respondió que aquel con quien la Virgen tenía que desposarse era la única persona de entre los reunidos que no había traído su vara. De esta forma, José fue delatado. Porque cuando él trajo su cayado y una paloma que bajó del cielo se posó sobre el mismo, todo el mundo vio claramente que la Virgen tenía que desposarse con él”. [Ibid., VI:1-5]
Así, María le fue dada en matrimonio a José. La versión de Mateo es que José volvió a Belén para prepararse para el matrimonio y María, acompañada de siete vírgenes, volvió a casa de sus padres en Galilea, mientras que Santiago dice que José llevó a María a su casa y después fue a ocuparse de su negocio de construcción, dejándola sola. Santiago dice en el Protoevangelio que mientras que aún estaba prometida María se encontraba entre las vírgenes elegidas para tejer el nuevo velo para el templo, y que mientras hilaba el verdadero púrpura “tomó un cántaro y salió a buscar agua, y oyó una voz que le decía: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo; tú eres bendita entre las mujeres”. [The Protevangelion IX:7, Lost books] Éste es, pues, su relato de la anunciación del arcángel Gabriel de que María concebiría al Cristo por el poder del Espíritu Santo:
“Y ella miró alrededor, a la derecha y a la izquierda, para ver de dónde venía la voz, y luego temblando volvió a su casa; y dejando el cántaro en el suelo, tomó la púrpura y se sentó a trabajarla. Y he aquí que el ángel del Señor se presentó ante ella y dijo: No temas, María, porque tú has encontrado favor ante los ojos de Dios; lo cual cuando ella lo oyó razonó para sí qué clase de salutación era ésta.
“Y el ángel le dijo, El Señor es contigo, y tú concebirás; a lo que ella replicó, ¿Qué?, ¿concebiré por el Dios vivo y daré a luz como hacen las otras mujeres? Pero el ángel le contestó: No de esa manera, oh María, sino que el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá; por lo tanto lo que darás a luz será santo y será llamado el Hijo del Dios Vivo, y le pondrás por nombre Jesús; porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Y he aquí que tu prima Elizabeth también ha concebido un hijo en su vejez. Y éste está ahora en su sexto mes con ella, que fue llamada estéril; porque nada es imposible con Dios. Y María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra.” [Ibid., IX:8-17]
Cuando María hubo terminado de hilar la verdadera púrpura se la llevó al sumo sacerdote, quien la bendijo, diciendo: “María, el Señor Dios ha engrandecido tu nombre, y tú serás bendita en todas las generaciones futuras.” [Ibid., IX:18].
Al igual que el relato en el Evangelio de Lucas, la descripción que hace Santiago de la visita que María hizo a la casa de su prima Elizabeth está marcada por el brinco y la bendición de los fuegos de Juan el Bautista. Elizabeth, que llevaba en su seno al Mensajero del Señor que iría por delante de Jesús, exclamó cuando la vio llegar: “¿Cómo me ocurre esto a mí, que la Madre de mi Señor venga a mí? Porque he aquí, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, el que está en mi seno dio un vuelco y te bendijo.” [Lucas 1:39-56; Protevangelion IX:20-21]
Cuando creció el vientre de María, la desazón se apoderó de José por su estado y decidió apartarla secretamente. El ángel del Señor, no obstante, se le apareció y le dijo que no era la obra de un hombre sino del Espíritu Santo. Santiago nos dice que Anás el escriba visitó entonces a José y, viendo a María embarazada, informó al sumo sacerdote que José la había desposado en privado.
“Al conocerse esto, ella y José fueron llevados a juicio, y el sumo sacerdote dijo a María: María, ¿qué has hecho? ¿Por qué has profanado tu alma y olvidado a tu Dios, ya que fuiste criada y educada en el Sacrosanto y recibiste tu alimento de las manos de los ángeles y escuchaste sus cantos? ¿Por qué has hecho esto? A lo que en un torrente de llanto ella contestó: Como el Señor mi Dios está vivo, soy inocente a sus ojos, porque no he conocido varón. Entonces el sumo sacerdote le dijo a José: ¿Por qué has hecho esto? Y José respondió: Como el Señor mi Dios está vivo, no he tenido nada que ver con ella.
”Pero el sumo sacerdote dijo: No mientas, di la verdad; la has desposado en privado y no lo has dicho a los hijos de Israel ni te has humillado ante la poderosa mano de Dios para que tu progenie sea bendita. Y José guardó silencio. Entonces dijo el sumo sacerdote a José: Tienes que devolver al templo del Señor a la Virgen que tomaste. Pero él lloró amargamente, y el sacerdote añadió: Haré que ambos bebáis el agua del Señor, que es para prueba, y así vuestra iniquidad será expuesta ante vosotros. Entonces el sumo sacerdote tomó el agua e hizo beber a José y lo envió a un lugar montañoso. Y él volvió en perfecto estado, y toda la gente se maravilló de que su culpa no fuera descubierta. Así pues, el sumo sacerdote dijo: Ya que el Señor no ha hecho tus pecados evidentes, yo tampoco te condeno. Y los despidió a ambos. Entonces José tomó a María y fue a su casa, regocijándose y alabando al Dios de Israel.” [Ibid., XI:8-22]
La versión aceptada sobre los sucesos que rodearon el nacimiento de nuestro Señor es bien conocida. La siguiente secuencia, que los primeros padres no incluyeron en el Nuevo Testamento, se supone que procede del Evangelio de Tomás:
“En el año trescientos nueve de la era de Alejandro, Augusto publicó un decreto por el que todas las personas deberían ser empadronadas en su país de nacimiento. José, por lo tanto, se trasladó con María su esposa a Jerusalén y después fue a Belén, para que él y su familia pudieran ser empadronados en la ciudad de sus padres. Y cuando llegaron a la caverna, María confesó a José que el tiempo de dar a luz había llegado, y que no podría entrar en la ciudad, y dijo: Vayamos a esa caverna. En ese momento el sol estaba próximo a ocultarse.
”Pero José se alejó apresuradamente para conseguirle una comadrona; y cuando vio a una anciana judía que era de Jerusalén, le dijo: Por favor, ven pronto, buena mujer, y ve a aquella cueva, y allí verás a una mujer a punto de dar a luz. El sol ya se había ocultado cuando la anciana y José llegaron a la caverna, y entraron en ella. Y, he aquí que estaba toda llena de luces más brillantes que la luz de las lámparas y las velas, y mayor que la luz del sol mismo. El infante estaba ya envuelto en pañales y mamando del pecho de su madre Santa María.
“Cuando ambos vieron esta luz, se sorprendieron; la anciana preguntó a Santa María: ¿Eres tú la madre de este niño? Santa María replicó que ella era en efecto. A lo que la anciana respondió: Eres muy distinta de todas las demás mujeres. Santa María respondió: Así como no hay otro niño como mi hijo, tampoco hay otra mujer como su madre. La anciana respondió y dijo: ¡Oh, mi Señora!, he venido aquí para poder obtener una recompensa eterna. Entonces Nuestra Señora, Santa María, dijo a la mujer: Pon tus manos sobre el niño; y cuando lo hizo, la anciana sanó. Y al marcharse, dijo: Desde ahora, todos los días de mi vida, cuidaré y serviré a este infante.
“Después de esto, cuando los pastores vinieron, encendieron un fuego y grande era su regocijo, y la hueste celestial se les apareció, alabando y adorando al Dios supremo. Y cuando los pastores hicieron lo mismo, la caverna pareció un templo glorioso, porque tanto las lenguas de los ángeles como las de los hombres se unieron para adorar y engrandecer a Dios por el nacimiento de Cristo el Señor. Pero cuando la anciana judía vio todos estos evidentes milagros, dio alabanzas a Dios y dijo: Te doy gracias, ¡oh Tú, Dios!, Dios de Israel, porque mis ojos han visto el nacimiento del Salvador del mundo.” [The First Gospel of the Infancy of Jesus Christ I:4-21, Lost books]
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